Se entiende como institución total “toda institución que absorbe parte del tiempo y del interés de sus miembros y les proporciona en cierto modo un mundo propio”, término de Etzioni que popularizó Goffman. El símbolo más característico de este tipo de instituciones y su tendencia absorbente o totalizadora son los obstáculos impuestos a la hora de la interacción social de los individuos con el exterior. Estos obstáculos se materializan en grandes muros, acantilados, etc., o como es en el caso de Tranquility Bay, donde encontramos puertas cerradas y alambres de espino que rodean campamentos completamente aislados y escondidos (lo cual coincide también con la definición de Giddens de institución total, obligando a los internos a llevar una existencia reguladora y aislada del exterior).
Estos centros promueven la modificación de la conducta mediante la rutinaria rigidez extrema en cuanto a lo organizativo y lo personal, para manipular las diferentes personalidades de los internos según lo socialmente establecido como “normal”. En Tranquility Bay, se pretende crear un grupo homogéneo de “chicos perfectos”, que no hablen, que no protesten,… que no piensen. Las conductas aprendidas en estos centros provocan una dura marca en la historia de los sujetos, los cuales sufren un tremendo choque emocional cuando vuelven a su entorno social, sufriendo en muchas ocasiones la falta de habilidades para enfrentar las contradicciones de todo lo acontecido antes, durante y después de su profunda institucionalización.
Para lograr sus objetivos, estas instituciones cuentan con tres características que les son comunes: la separación entre internos y funcionarios; la uniformidad institucional e homogeneidad; y la inexistencia en ellas de la libertad de elección (los parámetros ya están establecidos por los altos cargos de la institución, y son incuestionables para los internos; véase, en el documental Tranquility Bay, cómo los chicos son reprimidos duramente ante cualquier oposición o muestra de opinión).
Podemos destacar tres acciones fundamentales que se llevan a cabo en este tipo de instituciones: la resocialización, la modificación de la personalidad del individuo y el condicionamiento mediante el sistema de premio-castigo, el cual se fundamenta en las investigaciones de psicología experimental por Burrhus Frederic Skinner. Debido a la degradación, a la humillación y a la desaculturación que inducen en los individuos, los efectos que provocan las instituciones totales son, a grandes rasgos, un enorme deterioro de la personalidad y un profundo desajuste del “yo” de los internos, quienes adoptan una nueva identidad, lo que da lugar en muchos casos a la obcecación de éstos contra las instituciones. Así se muestra en la denuncia social del documental Tranquility Bay, y en las disputas judiciales de las víctimas de estos efectos. Además, podríamos considerar que se invierte el sentido para el que está creada la institución (un efecto inverso).
En las instituciones totales se intenta llevar a cabo un proceso de resocialización, anulando su personalidad y reordenando su “yo”: primero, se neutraliza su personalidad, se le aísla del exterior y se le despoja de sus atuendos, guardando sus propiedades en taquillas; después, se dota al individuo de una nueva personalidad homogénea (ya que la crea la institución, no éste).
Cabe destacar la diferenciación existente entre cinco grupos de instituciones totales: las que cuidan de personas que parecen incapaces e inofensivas; las que atienden a las que suponen una amenaza involuntaria para la sociedad; las que se encargan de quienes son una amenaza social voluntaria; las instituciones para el mejor cumplimiento de una tarea de carácter laboral; y las que sirven como refugio del mundo, normalmente para la formación de religiosos. Tranquility Bay pertenecería al primer o segundo grupo, ya que se supone que los adolescentes a los que se trata en este centro suponen una amenaza para su entorno social, ya se voluntaria o involuntariamente.
WWASP, así como sus centros y, en especial, Tranquility Bay, han generado una enorme controversia no sólo en los Estados Unidos, sino a nivel internacional, debido a la polémica calidad de vida de sus internos. La cuantía de denuncias por abusos y malos tratos de los menores y sus familiares intentan ser justificadas por los agresores y sus altos cargos alegando estos, como si aquello bastara, la necesidad de estos medios para la consecución de los objetivos de la institución: la modificación de la conducta, arguyendo que, al fin y al cabo, para eso fueron internados. Esto abre un interesante debate en el que en su inicio se dispara la siguiente pregunta ¿acaso el fin justifica los medios?
Hoy en día podríamos hablar más de una violencia pedagógica, es decir, se fuerza al aprendizaje (esto ocurre siempre en educación); así como de un castigo de carácter reparador en vez de sancionador, para que se produzca dicho aprendizaje. No obstante, se sigue partiendo de la comodidad del educador y no del sujeto; por ejemplo, los horarios son creados y pensados para que puedan organizarse los profesionales, no los usuarios.
No obstante, cabe resaltar que también en los tiempos que corren el castigo es utilizado como herramienta educativa en numerosas organizaciones, con el objetivo de que los sujetos interioricen sus normas y establezcan responsabilidades. Así es el caso no sólo de las instituciones totales (como pueden ser las cárceles), sino de muchas otras que pretenden otorgar autoridad a quienes aplican las normas (por ejemplo, una escuela o una familia). Esto debe hacer que nos cuestionemos las metodologías pedagógicas y educativas que utilizamos día a día, reflexionando sobre su fundamentación. Los códigos deontológicos regulan la práctica y compromiso tanto ético como profesional de los trabajadores de las diferentes instituciones, así como de los educadores; pero, ante un caso de abuso o maltrato hacia cualquier individuo, tenemos que analizar el caso concreto y su situación, denunciarlo y prestar la información y el apoyo especializado necesarios para que no vuelva a repetirse. Como educadores sociales, debemos intervenir mediante la información, la formación y la mediación, no sólo con la víctima, sino también con el agresor.
Ante estas problemáticas, debemos analizar qué dimensiones del campo institucional podemos usar y de qué manera: la pedagógica, para encuadrar la labor educativa; la organizativa, que dispone y ordena la institución; y la dimensión social, entendiéndola como el conjunto de vínculos que la institución como tal inscribe en lo social, lo cultural y lo educativo de su entorno.
Pero, ¿cómo podemos trabajar desde
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