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miércoles, 8 de junio de 2011

“ÉTICA POR UN MUNDO GLOBAL”, AMELIA VALCÁRCEL


1. INTRODUCCIÓN

Amelia Valcárcel hace una dura crítica al multiculturalismo a través de la defensa de los tres principios de la interculturalidad: igualdad, diversidad y reciprocidad.

La autora ampara la modernidad desde una educación para la ciudadanía, la igualdad y la universalidad, pese a sus posibles críticas.

2. BREVE RESUMEN DEL TEXTO

En los dos últimos siglos, podemos destacar tres momentos clave: la época de “abajo el prójimo”, en el siglo XVIII, donde encontramos los principios fundamentalistas del racismo en la idea de la primacía de la diversidad ante las abstracciones universales; la etapa de “deja en paz al prójimo”, en el siglo XX, hacia los años 70, basada en la tolerancia, momento en el que surgen los derechos civiles e individuales; y la época de “arriba el prójimo”, desde el siglo XX hasta la actualidad, un tiempo de globalización y multiculturalismo, de celebración de la diferencia. Estas tres actitudes tan disímiles tienen en común la otreidad.

Pero, ¿cómo entender la diversidad en un mundo globalizado? Este nos mueve como mercado al mismo tiempo que el mismo mercado global genera el declive del estado-nación. El mundo ha cambiado, ya no es global, y no se ha producido el crecimiento paralelo de la economía y la política mediante un proceso gradual. El problema está en que todo lo que crea este nuevo mundo, echa abajo lo anterior, construyendo sus bases sobre intereses financieros.

En nuestro mundo, se semejan el mercado, las nuevas tecnologías, los medios de comunicación y telecomunicación, y todo lo científico y lo tecnológico y, por el contrario, se diferencian los saberes, los valores, la ética y las identidades. Esto resulta una bomba de relojería, ya que el multiculturalismo y la diversidad a veces contribuyen a que desaparezcan esas diferencias, colaborando con las semejanzas. Y es que el multiculturalismo y la diversidad deben estar unidos a unos derechos mínimos como son los Derechos Humanos, la democracia y la igualdad, ya que sin ellos la diversidad puede ser peligrosa. Por este motivo, la primera crítica de Valcárcel hace referencia a que las diversidades se pongan por encima de la ética universal.

Según la autora, y esta es su segunda crítica, a veces ciertas políticas multiculturales ponen por encima los derechos colectivos de los individuales. Pero una cultura no puede imponerse a unos individuos particulares sin dejarles a su vez salir de ella y/o de su comunidad; es más, tenemos derecho a pertenecer a una comunidad y una cultura y salir de ellas, ya que hay que respetar la diversidad y buscar el reconocimiento del individuo.

La tercera crítica de Amelia se basa en que “todo grupo humano merece respeto y reconocimiento, pero no así sus prácticas”. Algunos autores defienden que hay gente que atenta contra la vida de personas o animales, lo que describen y acusan como barbarie (como la pena de muerte, la esclavitud, los abusos a menores o los toros). Pero también hay personas que atentan contra la vida del planeta.

Aunque, cabe resaltar: ¿estamos preparados para la multiculturalidad? Europa está formada por culturas nacionales o naciones, lenguas y estados dispares, por muchos pueblos diversos con una conglomeración de lenguas que no tienen por qué coincidir con dichos pueblos, y la población que está llegando de todo el mundo, es decir, Europa es eso más la migración. Ante esta realidad compleja, tenemos que organizarnos y buscar formas de vida común o regulada. Es lo que proponen las teorías de la modernidad: la convivencia.

Pero el multiculturalismo olvida los deberes, sólo habla de derechos. El multiculturalismo en Europa (que no es igual que en Estados Unidos) se entiende con el enfrentamiento entre la universalidad de los modernos, contra el relativismo cultural de los postmodernos, los cuales acusan a los primeros de totalitaristas, y éstos de una justificación de un “todo vale” a los segundos. Entonces ¿cómo salir de aquí? Si poseemos el pensamiento y la organización griegos, la geografía y el paisaje sentimental judíos y la ley y el derecho romanos, ¿cómo podemos llegar a una convivencia fructífera? Según Amelia, “allí donde confluyen muchos y diferentes, sólo leyes universales e igualitarias pueden hacerles convivir”.

Valcárcel destaca que debemos poner “lo simple bajo sospecha” y saber qué armas podemos tomar para conseguir esa convivencia, tomar un sentido de lo que es bueno y lo que es malo, adoptar valores seamos quien seamos, porque tenemos la capacidad humana de ponernos en el lugar del oro. Pero también es de suma importancia tener en cuenta que todas las civilizaciones han engendrado violencia, no sólo la Europea (todas han sido racistas, por ejemplo), por lo que debemos pensar en cómo hacemos para poder conseguir la convivencia. El punto de partida de las políticas sociales es la universalidad, que unida a la diferencia y a través de la ciudadanía de modernos y postmodernos da lugar: por un lado, al derecho a la individualidad (el derecho a ser diferente y a la divergencia, dando la posibilidad de no estar de acuerdo y hacer nuevas propuestas), lo que permite encontrar otros individuos semejantes y formar una comunidad o grupo que luche por sus propios derechos; y por otro lado, a la reciprocidad, que muestra cómo los valores comunes o universales garantizan la diversidad, puesto que los reconoce para todos, no sólo para el grupo. Y así se consigue encontrar unos mínimos comunes para la convivencia: para Amelia, los Derechos Humanos.

3. VALORACIÓN CRÍTICA

Desde el principio de la humanidad, hemos tendido a pensar que las ciudades eran y debían ser totalmente homogéneas, cuando nunca ha sido así: la diversidad siempre ha estado presente; otra cosa es que no le hayamos dado la importancia que merece, o que la hayamos intentado evitar.

Pero la dinamización del mundo gracias, principalmente, a la globalización, nos ha dejado de legado un gran abanico cultural que, al mismo tiempo, nos seduce como exotismo y nos atemoriza como desconocimiento. Para este conflicto debemos poner en práctica la educación intercultural, siempre unida a sus principios de igualdad, diversidad y reciprocidad para no caer en un totalitarismo que puede emerger de la universalidad extrema, así como del “todo vale” del relativismo cultural radical. Los educadores, deberemos llevarlo a cabo mediante la educación para la ciudadanía y la igualdad.

Debemos preguntarnos “qué hacer con la diversidad del otro” y contestarnos “nada, ya que nosotros somos su diversidad cuando él nos mira”, ya que la diversidad vive del intercambio y del cambio; esta no anula lo común, lo compartido o las semejanzas, sino que ofrece la posibilidad de tener lugar, visibilidad y palabra.

El educador social debe encargarse de trabajar la cultura, la identidad, la diversidad, la socialización y la ciudadanía: cultura entendida como comunidades, vínculos sociales, permanencias y diferencias, con el objetivo educativo de las representaciones colectivas, el sentido de pertenencia a dicha cultura y la construcción y comunicación; identidad, como construcción del “yo”, expresión cultural y vinculación al grupo, para conseguir el reconocimiento de la diversidad, la igualdad social y la representación de prestigio; y socialización, como aprendizajes culturales, interiorización de las identidades colectivas y la incorporación de la sociedad, por la transmisión de cultura común, la identidad cultural y semejanzas.

Por tanto, el educador social debe transmitir la cultura en un sentido amplio, ayudar a la construcción de identidades más abiertas que den pie a la diversidad, y uniendo esa diversidad a los derechos y deberes de la ciudadanía. Pero no debemos olvidar que tenemos que evitar caer en la “educación de destino” (orientar o marcar cómo deben ser las identidades).

El que los demás sean diferentes no debe resultarnos una amenaza. Debemos permitir acercarnos y alejarnos, conociendo al “otro”, para que podamos convivir con la diversidad identitaria sin que esto suponga un estado de alerta y/o un sentimiento de ofensa.

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